MIGUEL GRAU SEMINARIO
POR PEDRO CATERIANO (COLUMNISTA DEL DIARIO "LA REPÚBLICA")
Lunes, 08 de octubre de 2012
Julio de 1872 fue singularmente turbulento para la vida nacional. El 22 de ese mes, el coronel Tomás Gutiérrez, entonces ministro de Guerra, secundado por sus hermanos Marceliano y Silvestre, encabezó una sangrienta asonada con el fin de impedir la instalación del gobierno civil de Manuel Pardo.
Una violencia pocas veces vista se instaló en aquellos días en la sociedad peruana. Silvestre murió como consecuencia de un intercambio de disparos con opositores al levantamiento, y en respuesta a ello, Marceliano mandó ejecutar al presidente Balta, apresado desde el mismo día del golpe. Finalmente, una turba enardecida por el magnicidio tomó Palacio de Gobierno el 26 de julio y capturó a los otros dos hermanos, a quienes ejecutó y quemó, tras exhibir sus cadáveres desnudos en las torres de la Catedral de Lima.
Se trataría solo de un episodio de triste recordación para nuestra historia política sino fuera porque en medio de él surgió la voz de Miguel Grau del lado de la racionalidad y la legalidad, tan infrecuentes en esos días. Al día siguiente del levantamiento, junto con otros 43 oficiales de Marina, Grau suscribió un pronunciamiento institucional en rechazo a la acción de los hermanos Gutiérrez. En el texto se repudiaba con firmeza el hecho calificándolo de “criminal proceder”, y se advertía no solo “la ruina del régimen constitucional”, sino “el desquiciamiento social más completo”. Esto último –hoy lo sabemos– con premonitoria claridad.
Como señala José Agustín De la Puente en su rigurosa biografía del héroe de Angamos, la reacción de Grau ante los hechos permite apreciar a un “oficial comprometido con las cuestiones del país y que asume sus responsabilidades”. Y lo interesante es que esas responsabilidades trascendieron el ámbito del pronunciamiento institucional. Grau asumió el deber de difundir un manifiesto personal a las autoridades políticas del sur del país exhortándolas a mantenerse unidas contra los golpistas. Dicho manifiesto revela en Grau a un hombre de profundas convicciones democráticas, que junto con el heroísmo de la Guerra del Pacífico y la nobleza personal que siempre lo distinguió, es imperativo conocer y difundir.
Dice Miguel Grau, en lo central de su manifiesto: “Al ver así las leyes ensartadas en la bayoneta del soldado; al ver atropellados todos los poderes de la República; al ver amenazados los más sagrados derechos del ciudadano y al ver, en fin, envilecido y escarnecido lo más sagrado entre los pueblos cultos y herida de muerte a la Patria, la Marina Nacional, que siempre ha dado muchas pruebas de patriotismo y abnegación por el orden y sostenimiento de las instituciones, no ha trepidado en ponerse a la altura que por sus antecedentes le corresponde, ha rechazado indignada la invitación que se le hizo para secundar la consumación de tan horrendo atentado; y, enarbolando el estandarte de la ley, ha protestado en masa de tan inauditos y escandalosos crímenes, no reconociendo otro caudillo que la Constitución…”.
Este es uno de los legados más importantes que Grau dejó a los peruanos de todas las generaciones: defendamos nuestra democracia, no permitamos jamás que ningún proyecto trasnochado ni apetito personal rompa el orden constitucional. Que la Constitución y las leyes sean nuestros únicos caudillos. Sigamos en esto también el ejemplo del gran Almirante del Perú.